La conmoción por la pérdida de la profesora Katherine Yoma nos enfrenta directamente a una realidad que no podemos seguir ignorando: la urgencia de cuidar a los profesores. Su bienestar trasciende la atención a la salud personal, es un pilar que sostiene la calidad educativa en las salas de clases. Un docente apoyado y psicológicamente sano es fundamental para forjar un entorno de aprendizaje positivo y enriquecedor.
En consecuencia, el cuidado y respaldo de los docentes no se debería entender como un complemento opcional de algunos establecimientos educacionales, sino como una inversión indispensable en la educación de los estudiantes y en la construcción de una sociedad más informada y empática.
Debemos preocuparnos pues los estudios actuales y las proyecciones en el área dan cuenta de la fuga de profesores del sistema. Estudios de Elige Educar estiman que en 2030 faltarían 30.000 profesores para cubrir las vacantes y ya sabemos que desde el 2018 a la actualidad, hay 48.127 profesores que han salido del sistema.
Algunas buenas iniciativas se han estado proponiendo en este sentido, como la consolidación del sistema de reconocimiento del desarrollo profesional docente, donde se busca ampliar el acompañamiento a los docentes nuevos mejorando sus competencias con el apoyo de profesores mentores.
Sin embargo, falta camino por recorrer, no basta solo con reconocer esto como un problema, se deberían establecer mecanismos de respuesta rápida para las agresiones o amenazas a funcionarios, un sistema de protección de parte del ministerio que asegure medidas de cuidado o al menos dé mayor orientación o permisos para que los establecimientos puedan tomar las medidas necesarias. Asimismo, asegurar el acompañamiento o apoyo psicológico a los docentes que lo requieren por situaciones de violencia escolar.
Además de las acciones reactivas, es fundamental fortalecer las acciones preventivas ¿Cómo formamos ciudadanos activos y competentes para llevar una democracia, una sociedad en paz, si no disponemos de tiempos ni de formación intencionada para ello? ¿Cómo los docentes forman estudiantes con competencias emocionales si no las han desarrollado en ellos?
La realidad actual nos demanda competencias de gestión emocional, donde podamos manejar de forma sana las situaciones de estrés, tomar decisiones para nuestro bienestar y resolver los conflictos de manera pacífica, dando espacio a la diversidad inherente de las personas.
El profesor requiere mayor apoyo desde las políticas públicas, el acompañamiento y la formación continua son claves para que se mantenga actualizado, pero también para que se sienta cuidado en su función, reconociendo su relevancia.
Desde la educación emocional podemos también comprender eso, las personas tenemos cerebros sociales y no hay mayor dolor que el rechazo, por lo que el fomento de ambientes de aceptación, reconocimiento y pertenencia deben eje central de nuestras acciones, las que no deben dirigirse sólo a los estudiantes sino también a toda la comunidad educativa.